martes, 22 de septiembre de 2015

`DIME QUIÉN FUI´, DE ELISA RODRÍGUEZ COURT. POR EUGENIO PADORNO.

                                                           
                                                                Eugenio Padorno



        De izquierda a derecha: José Miguel Junco, Elisa Rodríguez Court y Eugenio Padorno

Aunque la filosofía es creación literaria porque su herramienta es verbal, la creación literaria no es necesariamente filosofía, pensamiento racionalizante; por eso la novela de Elisa Rodríguez Court se puede permitir el comienzo con una lacónica frase, gramaticalmente posible pero ilógica: ‹‹Él es y no es mi padre.›› Pero lo predicado (el que alguien es y no es a un mismo tiempo algo) responde a un extraño estado afectivo en que el ánimo del principal personaje de la novela, que es también el de la narradora, experimenta un inesperado fruncido de pasado y presente; y el hecho inesperado es el reencuentro de aquella con su padre, reaparecido tras muchos años de ausencia, enfermo de alzhéimer. Se trata de asumir el hecho de ser biológicamente hija de alguien con quien no se ha guardado ningún vínculo afectivo.

No sé si será correcto decir que la relación de los acontecimientos se expone en veinticinco capítulos; si se tiene en cuenta que el capítulo novelesco es la división ordenada de la secuencialidad del relato, más bien habría que llamar, llanamente, “fragmentos” a cada una de estas disecciones, toda vez que lo narrado está sujeto a la provisionalidad de lo que se cuenta, es decir a la apreciación del estado de ánimo que predomina en cada parcelación de lo relatado. Porque lo relatado discurre en dos ejes con doble sentido; dicho más exactamente: mientras el eje convencional de la novelización avanza progresivamente, fiel a los datos del deterioro físico y de la conducta de un enfermo que se sume en pasividad y silencio, otro eje, el de la memoria de la protagonista y de sus más allegados, retrocede en el tiempo y va recreando con la energía y verbosidad de la desesperación el desaliento y el arrepentimiento, lo acontecido treinta y tres años antes: la composición y descomposición del núcleo familiar por el abandono de quien es mentado, desde distintas perspectivas, como “él”, “el viejo”, “don Adolfo”… Desde el punto de vista formal, me parece que el recurso de la analepsis o flashback, con finales que abren nuevos recomienzos, y por los que se interrumpe la linealidad expositiva, proporciona al texto una estructura esencialmente poemática, como la espiral de una danza trazada de fuera a dentro que se detiene en el punto esencial y por el que la novela existe. O mejor: porque la narradora, la principal protagonista, que da recurrente noticia de su apego a la literatura y deseo de escribir (explícitos en el acopio e inserción de citas literarias de variada autoría), confiesa no sin cierta acritud que escribe cosa distinta de lo que le gustaría; pero es así, por fatalidad, el modo en que alcanza, a través de los sentimientos de desprecio, ternura y pesar, su propia catarsis, en la que se hacen uno el dolor de la vida y el de la creación literaria. Porque, como se lee en el capítulo V, “Literatura y vida se confunden”. De ahí que una frase por ella pronunciada en el capítulo o fragmento VII, ‹‹Soy la madre de mi padre››, escape al sentido irónico ante la incapacidad de su progenitor y consiguiente necesidad de ayuda, para significar finalmente su expresión más alta: ella es la que, al modo unamuniano, da existencia literaria a la figura del padre. Le devuelve la identidad perdida.
Y es en el capítulo XXV y último de la novela donde el texto revela la teoría de su composición. La protagonista, que desconfía de sus dotes para la literatura, pospone el proyecto de escribir una novela con las características de la novela que precisamente leemos.
 

Para los románticos alemanes había más “novelización” en lo autobiográfico, libros de viajes, dietarios, etcétera, que en la llamada novela realista. Y esto me viene a la memoria porque la obra de Elisa Rodríguez Court, por su acopio de reflexiones, guarda cierta afinidad con las anotaciones de un dietario y, en suma, con los procedimientos y fines documentales del memorialismo. De ahí los indicios o explícitas menciones del espacio urbano en que transcurre la acción; se habla de un lugar de paseo y de una avenida marítima que muy bien podrían identificarse  con parajes de la ciudad de Las Palmas.

Ignoro lo que en la novela hay de autobiográfico; si la narradora, encarnada en la protagonista, en verdad habla por quien escribe; y porque el texto nada dice al respecto, la discreción me ha impedido satisfacer esta curiosidad con una pregunta a la autora, a sabiendas de que en el texto literario el referente es el texto mismo, y que la respuesta, aun siendo afirmativa al respecto, resultaría irrelevante, o sólo de interés para la estilística psicológica. En cualquier caso, mi lectura ha estado ligada a esa duda, a tal punto que esa posibilidad me ha parecido parte insoslayable del artificio de la novela. Sin embargo, tampoco es menos cierto que en el relato de un hecho real, por fidelidad al mismo, la referencialidad  es primordial, si no se quiere que pase a ser ficción. Creo que en la novela que nos ocupa se barajan ambos planos, la realidad como ficción y la ficción como realidad. Pero ese es un rasgo del mundo literario que crea Elisa Rodríguez Court, y que ya asomó en su primera publicación, Decir noche. Ella ha escrito una novela experimental con la libertad y el arrojo que ha querido, guiada por ese propio y tenaz aprendizaje con que ella se afirma como escritora. Por la calidad literaria de la obra y por el interés humano de su asunto, recomiendo vivamente su lectura. 

                                                                        

                                                               EUGENIO PADORNO


Texto de Eugenio Padorno para la presentación de Dime quién fui en el Club La Provincia, Las Palmas de Gran Canaria, el 18 de septiembre de 2015.  
Dime quién fui. Elisa Rodríguez Court. Editorial Verbum. Madrid, 2015.
Portada: Rafael Hierro.
Contraportada: Enrique Vila-Matas.