jueves, 24 de julio de 2014

LA EXTRAÑA

                                                    
                                          Imagen tomada en el Musée Rodin


Viajé a París porque había leído que allá vivía la muchacha bella y diáfana que encandiló a Hemingway. La vio entrar de pronto una tarde de vientos helados en un café de la Place de Saint Michel y la convirtió en personaje de un cuento. Su existencia quedó desde entonces inmortalizada para siempre. De ella habla Enrique Vila-Matas en un excelente texto literario, titulado La vida según Hemingway, presente en su web. Cuenta este escritor que Hemingway solía frecuentar ese café parisino para escribir. Le parecía simpático, caliente, limpio y amable.

En el mismo café de la Place de Saint Michel leyó Vila-Matas en su primer viaje a la capital de Francia, a sus dieciocho años, Paris era una fiesta, de Hemingway. Y también en ese sitio, ocupando una mesa, mientras intentaba escribir su primer cuento, encontró a la misma muchacha bella y diáfana, tomando café a solas y leyendo un libro.
Sentada en ese café hace unos días, en la terraza abarrotada de turistas, me entregué en vano a la posibilidad de un encuentro casual con la joven de Hemingway y de Vila-Matas. Al rato me vi deambulando por el Boulevard Saint Michel, imaginando a los literatos de vanguardia moviéndose por los diferentes cafés de esa zona en el mejor París de todos los tiempos. Después de una caminata prolongada, enfilé a la estación del metro. Tomé varios tranvías de diferentes líneas y me bajé en la parada más cercana al cementerio de Montparnasse. En este camposanto se encuentra enterrado un sinfín de artistas. Entre los nombres figuran los de escritores y poetas como Cortázar, Susan Sontag, Maupassant, Baudelaire, Vallejo, Beckett, Balzac, Cioran, Duras… 

Anduve un tiempo largo de un lado a otro, atravesando tumbas. De repente descubrí en uno de los bancos situados en medio del cementerio a la muchacha de Hemingway, a la que creía perdida para siempre. Con un libro entre sus manos, leía abstraída. No alzó la vista tampoco cuando me senté a su lado, motivada por un silencio empático, en el otro extremo del banco.
También yo la he encontrado, me dije feliz. Con su presencia los escritores allí muertos recobraban vida, porque la existencia de la literatura, pensé en ese momento, depende tanto de quien la escribe como de aquellos que la leen.

FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS