jueves, 30 de agosto de 2012

¡LOS POETAS ESTÁN MUERTOS!


Quién iba a decir que fuera en cierta ocasión una niña la que distinguió claramente, sin saberlo, entre el arte y la prostitución de los artistas para hacerse hueco en el ámbito de lo mediático. Con otras palabras y aterrizando en la literatura, entre la obra literaria y el afán de ciertos escritores de convertirse en figuras oficiales de la sociedad literaria con la finalidad de alcanzar la fama. De esta niña habla Claudio Magris en uno de sus textos contenidos en el libro El infinito viajar. Cuenta que Biagio Marin le dijo una vez a una niña que él era poeta y esta le respondió con tono de chanza: "Los poetas están muertos".   (Seguir leyendo)




lunes, 20 de agosto de 2012

EL MERCADER, DE COIA VALLS


Es cierto que la novela de Coia Valls, El mercader, es una magnífica recreación de la Barcelona y su atmósfera del siglo XIV. Quienes transiten sus páginas se convertirán enseguida y sin detención posible en viajeros activos de las calles y estancias de esta ciudad cuyo pasado, no necesariamente visible, sigue latiendo como un corazón vivo en el presente. Porque, de igual modo que nosotros somos tiempo cuajado, en expresión de Claudio Magris, "cada lugar es tiempo cuajado, tiempo múltiple. Un lugar no es solo su presente, sino también ese laberinto de tiempos y épocas diferentes que se entrecruzan en un paisaje y lo constituyen; así como pliegues, arrugas, expresiones excavadas por la felicidad o la melancolía, no solo marcan un rostro sino que son el rostro de esa persona, que nunca tiene solo la edad o el estado de ánimo de aquel momento, sino el conjunto de todas las edades y todos los estados de ánimo de su vida." De ahí que El mercader sea, además de una recuperación creativa y magistralmente documentada de una época perdida en el tiempo, un retrato de los infinitos rostros de la condición humana.

Si me preguntaran de qué trata esta novela de Coia Valls, respondería, centrando en principio la atención en el mercader y los principales protagonistas, que es un viaje sin retorno posible de viajeros que regresan siempre a casa. Viaje en singular como símil de la vida que camina irremisiblemente en línea recta, hecho de múltiples viajes hacia lo insólito y lo desconocido. De estos vuelven cambiados los protagonistas cuando arriban a su punto de partida. Porque una vez que llegan, se sienten en casa pero también más allá. Por tanto, nadie ni nada vuelve al origen, este también ya transmutado. Como escribe Xulio Ricardo Trigo en una cita al final de esta novela:

Nada vuelve al origen,
pero es él quien nos ayuda,
anuncia el futuro y predice
todo lo que seremos...
                                    Quizá
.


Esos múltiples viajes con diversas finalidades pueden llevarse a cabo de una habitación a otra, de un barrio a otro, de una ciudad a otra ciudad y de esta a países remotos, tal y como acontece en El mercader, cuyas tramas entrecruzadas transcurren no solo en Barcelona sino en una gama amplia de lugares que incluyen a la remota Alejandría como destino. Da igual si se suceden en un espacio del microcosmos o si se traspasan las fronteras, pues lo que se pone en movimiento es la propia interioridad. Un mundo interior en el que habitan las incertidumbres, las contradicciones, el miedo que paraliza, el sufrimiento por las desazones del alma propia y ajena, los celos y prejuicios, la envidia y la ambición. También su reverso: el sentido de justicia y equidad, las pasiones y el amor, la piedad activa, la dignidad, el enaltecimiento de la dicha del instante y las ganas de vivir, la bondad...

En El mercader cada personaje digiere a su modo las propias historias, afrontando la vida en un contexto de hambruna, desolación, salvajismo y tropelías, esclavitud, traiciones, riadas, corrupción, epidemia y muerte. En el caso del mercader y su familia, tomando progresivamente conciencia de la necesidad de aprender a nadar en situaciones adversas. No con el anímo exclusivo de refugiarse, protegiéndolo, en su privativo mundo, cuya cara externa va de peor a mejor hasta alcanzar la bonanza, sino, sobre todo, como un modo de reconocerse y sentirse en su propia casa estando también más allá de ella. Por eso la novela de Coia Valls, escrita en una prosa precisa y limpia, rebosante de metáforas, es en cierta forma un descenso a los infiernos para entender la vida. Así lo expresa esta escritora en un pasaje memorable casi a mitad de la novela en el que dialoga el joven Narcís, uno de los hijos del mercader que ha decidido apostar por el arte de la pintura, con su maestro:

- Barcelona está triste, maestro. Ya nadie ríe por las calles, ni    siquiera los niños. La playa está vacía de juegos y todo el mundo se mira con recelo. ¡Tienen hambre! Se roban los unos a los otros, las peleas son constantes y la carestía de trigo ha endurecido las ordenanzas.

- ¡Bien que lo sé!

-  Pero vos pintáis paraísos más allá de...

- Has de sentir la vida, Narcís. Para pintar paraísos, como dices, has de poder entenderla, experimentar el sufrimiento de muy cerca para hacer una figuración del infierno.

El resto, que es toda la novela, les toca descubrirlo a los lectores. Y merece, sí que lo merece y mucho, sumergirse en esta odisea.  

martes, 14 de agosto de 2012

UNA VIDA ABSOLUTAMENTE MARAVALLOSA: VIAJE NARRATIVO A LOS ORÍGENES MISMOS DE LA NARRATIVA



Avanzo por segunda vez en ese viaje interminable que es Una vida absolutamente maravillosa, de Enrique Vila-Matas, y vuelvo a maldecir las etiquetas que han encorsetado durante tanto tiempo -por fortuna cada vez más desvanecidas - la obra de este escritor. Metaliteratura, intertextualidad, escritura de escritores y para escritores, literatura culta... Son algunos de los trajes con los que se ha pretendido ajustar de forma exclusiva el cuerpo de sus libros, atendiéndose únicamente y, por tanto, distorsionándolo, a su lado más borgiano. Me parece que no se ha hecho el suficiente hincapié, salvo tras la publicación de la reciente novela, Aire de Dylan, a la narrativa de Vila-Matas tan profunda como diáfana que navega en la levedad. Por eso celebro la "Nota del editor" de Una vida absolutamente maravillosa cuando leo:

En la escala de autores citados, visitados o invocados en estas páginas hay dos extremos, muy visibles, que de algún modo concentran las aspiraciones de Enrique Vila-Matas desde que empezó su carrera literaria: Hemingway y Borges, en apariencia dos escritores opuestos, casi antitéticos, el uno puramente físico y sensual, frío y seco, externo y descarnado, el otro eminentemente cerebral, encerrado en su biblioteca de sombras, solitario degustador de versos y prosas. Y es precisamente en la imposible conjugación de Hemingway con Borges donde quizá se cifre el sueño de la obra de Vila-Matas. Hemingway forjó para él el mito del escritor, Borges el mito de la literatura, y con ambos, Vila-Matas -o eso se intuye entre líneas- ha urdido su propia e inconfundible persona literaria.

Efectivamente, también en este libro, que incluye textos tempranos, Vila-Matas realiza con maestría esta imposible conjugación de dos extremos casi antagónicos. Y lo hace a través de una narrativa peculiar capaz de conectar vivencias, lecturas y sucesos aparentemente distantes entre sí. Tal vez lo logre porque Vila-Matas no es un mero devorador de volúmenes como esos insectos de los que da cuenta Claudio Magris en El infinito viajar (2): insectos que enguyen libros en una biblioteca y los cuales, por este motivo, son llamados "bibliófagos". Bibliófagos pasivos, añadiría yo, frente a un Vila-Matas bibliófago activo capaz de digerir de un modo particular sus lecturas, reinventando la vida en su escritura. Esa vida gris que por lo general, tal y como ha escrito en algún lugar, "está por debajo de la vida."
De ahí que vida y literatura se confundan en su obra, también en Una vida absolutamente maravillosa.

Vila-Matas transita por las páginas de los libros como si lo hiciera por las calles de la realidad, con la mirada alta y escudriñadora, desplegando una benóvola ironía, crítica y a la vez lúdica. Parafraseando e invirtiendo el título de un poema de Wallace Stevens, Vila-Matas escribe "notas alegres de un vals triste". Vals triste cuando se sostiene sobre la estupidez, la hipocresía, el fingimiento y la crueldad. La vida por debajo de la vida.
También, por proseguir al hilo de Wallace Stevens, compone "la canción que canta" como lo hace en el mar la joven del magnífico poema La idea de orden en Key West, unos de cuyos versos me recuerdan ahora la voz de Vila-Matas:

Ella era la única hacedora del mundo
en que cantaba. Y cuando ella cantaba, el mar
perdía su identidad transmutado en el ser
que ya era su canción, pues ella la compuso.
Nosotros, entretanto, al verla caminar
solitaria supimos que su único mundo
sería el que cantaba y que cantando hacía. (1)

Es la manera de operar de Vila-Matas, me parece. Este escritor nos brinda de este modo un universo de posibilidades, revelando, a través de su narrativa, el carácter ficticio del mundo de lo real. Trastocando nuevamente una cita de Wallace Stevens, su ficción crea una nueva realidad desde la cual el supuesto original parece irreal. Y así procede en Una vida absolutamente maravillosa, no exento de melancolía, suave melancolía nada emparentada con aquella "melancolía inmotivada" de la que hablara Chateaubriand (3) propia de quien se sitúa en la estancia de la derrota en lugar de hacerlo en la del éxito del fracaso. En el caso de Vila-Matas, se trata de una melancolía emprendedora como impulso para su creación literaria que tanto nos hace latir a los lectores con la vida. Vida hecha de "naderías tiernas e inteligentes" a las cuales este escritor no se limita a extraerles el jugo, sino que las innova, las reinventa. 
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Una vida absolutamente maravillosa, Enrique Vila- Matas. DeBolsillo, Barcelona 2011.
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(1) Wallace Stevens, El hombre de la guitarra azul, incluyendo Ideas de orden. Icaria poesía, Barcelona, 2003.

(2) El infinito viajar, Claudio Magris. Anagrama, Bacelona, 2008.

(3) Amor y vejez, Chateaubriand. Acantilado, Barcelona, 2008. 

viernes, 10 de agosto de 2012

AMALIA, DE JAVIER AVILÉS



Hay relatos aparentemente incomprensibles. Viene a ser, sin embargo, esa ininteligibilidad la que les da sentido, porque discurren del mismo modo que lo hace la mente donde las ideas toman la palabra, entrecruzándose, a su libre albedrío. O de igual forma en que transcurre la vida, revelándose siempre de manera fragmentaria, ajena a nuestros planes y a toda lógica, siguiendo el curso de su sin sentido. Es el caso de Amalia (pinchar aquí), relato de Javier Avilés que he tomado de la Web de Enrique Vila-Matas y que he releído varias veces.
Amalia es un magnífico relato inquietante que no se aviene a las normas narrativas. Las hace trizas mientras se construye a sí mismo en un discurso incoherente sostenido en datos confusos. En suma, es un relato alineal carente de  argumentación determinada y escrito a base de pinceladas narrativas. En las fisuras de estas se descubre aquello de lo que se habla al tiempo que se van contando los sucesos.
Amalia acontece en una variedad de escenarios fuera del tiempo y del espacio y, no obstante, en cualquier aquí y ahora. Lugar de ruinas, destrucción, "soledumbre", sed de venganza y desiertos, la diversidad de espacios se muestra envuelta en una atmósfera sórdida e inhumana que parece guardar alguna relación invisible con obras como El mar de las Sirtes, de Julien Gracq, o Esperando a los bárbaros, de Coetzee. O al menos a mí me  lo parece. También en Amalia el narrador deja entrever que las acciones de los personajes se encaminan hacia la defensa de la propia superviviencia y la aniquilación, en aras de una supuesta seguridad, de un enemigo incomprensible. De este solo se sabe, además de su carácter letal, que va a por los protagonistas del relato, seres humanos, hombres y mujeres:

El enemigo siempre se ha burlado de nosotros llamándonos Hombres. Uno de ellos gritaba. ¡Ey, Hombres, Hombres! ¡Joderos, capullos!

De estos se nos informa que han llegado desde el oscuro subsuelo a la superficie. Es en esta estancia tan parecida a la realidad donde a plena luz solar acontece la implacable trama de la devastación. Bajo el impacto de un sol, dos soles y más soles parece que se alcanza el corazón de las tinieblas, ese viaje a la noche del que sabemos a través de Joseph Conrad. No es, pues, extraño que Amalia discurra también en un tono kafkiano. En medio de las ruinas, los protagonistas del relato caminan sin rumbo alguno en un territorio donde una calle es igual a cualquier otra:

 En esta ciudad decir que subimos por una calle es lo mismo que decir que bajamos por ella. No hay distinción entre calle y calle más allá de algunos edificios en ruinas, los escombros diseminados en la calzada, los esqueletos de automóviles quemados y las máquinas expendedoras saqueadas, que continúan su ciclo agua-fuego-aire o cómo sea.

Y los pocos edificios de los que da cuenta el narrador carecen de alma alguna. Si aún no han sido derruidos, están vacíos. Donde único parece haber movimiento es en el edificio gubernamental, inaccesible y libre de toda responsabilidad como el castillo de Kafka:

Surgieron del interior de un edificio, apresaron a Amalia y volvieron a desaparecer en el interior. Jamás habíamos visto romper las normas del campo de batalla de manera tan ruin. No podía ser cierto. Los cinco corrimos tras ellos adentrándonos en la oscuridad del edificio, cruzamos un entramado de pasillos que conducían a escaleras y nuevos pasillos y habitaciones con tabiques rotos que daban a otras habitaciones y otros pasillos en los edificios contiguos, un laberinto que horadaba toda la manzana y en el que nos fue imposible encontrar nada. Los edificios eran lugar vedado. La guerra no se desarrolla en su interior, es una regla implícita que todos aceptamos.

Fuera del edificio gubernamental, en Amalia, es donde se revela el mundo en una secuencia de acontecimientos que a los lectores nos resultarán tan extraños como familiares. A nosotros corresponde extraer conclusiones de lo que vamos leyendo, descubrir un sentido a lo que no lo tiene.