sábado, 30 de junio de 2012

TRES TÍTULOS: 20 POLVOS, LOS CHINOS Y DECIR NOCHE, EN "ACUSE DE RECIBO", DE ANTONIO BORDÓN




Decía Nietzsche que “quien no dispone de dos tercios del día para sí mismo es un esclavo”. Valga esta sentencia para excusarme por no haber dado acuse de recibo de los libros que asiduamente me llegan por correo. Algunos títulos esperan en mi mesilla de noche desde hace un año para ser leídos o “leerme”. El escritor israelí David Grossman, en En la piel de Gisela, habla de los “libros que lo han leído”. Como quiera que sea, de entre el montón de libros que hacen equilibro al borde de la mesilla selecciono tres títulos de autores canarios: 20 polvos (Mi cabeza editorial), de Rafael Fernández, Los chinos (Ediciones Vitruvio), de Nicolás Melini, y Decir noche (Eutelequia), de Elisa Rodríguez Court.

No es nada habitual encontrar escritores jóvenes que hagan del libro que andan escribiendo su única manera de vivir. Muy pocos reconocerían que lo que más les importa es trasladar el pequeño accidente de la existencia al libro que tienen entre manos. Es más: son muy pocos quienes estarían dispuestos a convertir su vida en caligrafía. Ese es el signo de los excepcionales y es el signo (o el sino) de Rafael Fernández, cuyo primer libro 20 polvos narra sus aventuras eróticas, como un moderno Casanova para el que no hubiera diferencia entre la realidad y sus deseos. Texto difícil de evaluar; no novela, sin duda, tampoco diario; quién sabe si un ardid para contarnos cómo y por qué empezó a escribir.

Veinticuatro poemas integran Los chinos, el último libro de poesía de Nicolás Melini que habla de la derrota, de las derrotas y, también, del deseo, que a veces se entremezcla con aquéllas. A todos los define un rasgo que trasciende los datos del estilo o los materiales temáticos allegados: son personales. Personales antes que estilísticamente novedosos u originales, pese que hay en ellos una voluntad fuerte de ruptura con las poetas de su entorno: “Me hace gracia... / Todos esos poetas que / se inventa un / mundo / supletorio / son muy divertidos. / No tienen ni / idea de éste y / sin embargo se ponen / a hablar / desde otro. / Como / ventrílocuos... Viven / aquí pero nos hablan desde allá / no se sabe muy bien dónde”. Melini, siempre claro, exigente, sincero, sabe que con este libro se la juega y no precisamente a los chinos.

No hay ninguna duda que Elisa Rodríguez Court despide literatura por sus cuatro costados. Decir noche nos muestra a una escritora curtida en letras y en propósitos narrativos ambiciosos. De igual modo que durante la vejez asoma al rostro la calavera que determina sus rasgos, así también en sus páginas destaca con claridad los autores que han conformado su mundo: Hofmannsthal, Kafka, Woolf, Vila-Matas. Y, al igual que en la obra del autor de Carta de Lord Chandos, no sólo habita el fantasma de la desazón al hallar “imposible expresar un juicio sobre […] cualquier cosa”, sino también el desafío de construir con palabras una obra que vaya más allá de su condición de crónica de las batallas que se libran en cualquier conciencia cuando se afana en atrapar las cambiantes formas de la vida.


ANTONIO BORDÓN, publicado en La Provincia, 28 de junio de 2012



sábado, 16 de junio de 2012

"DECIR NOCHE" EN LA REVISTA CULTURAMAS


Culturamas, la revista de información cultural en Internet recomienda Decir noche:

Decir noche, de Elisa Rodríguez Court. Por Rebeca García Nieto


Decir noche. Elisa Rodríguez Court. Eutelequia. 174 páginas.


Llueve con fuerza también en el jardín de estatuas sin ojos. Emily Dickinson deja de perseguir con su mirada a Lord Chandos, cierra la ventana de su cuarto y escribe una carta a A.T.W. Higginson, su preceptor (…) Habla de libros que no ha leído porque le tienen sin cuidado y finalmente escribe: “Mientras perdure Shakespeare, la Literatura es sólida”.


Decir noche, editado recientemente por Eutelequia, traspasa las fronteras de los géneros literarios, combinando magistralmente ficción, poesía, ensayo y metaliteratura. Con una acertada mezcla de lirismo y erudición, Elisa Rodríguez Court ha creado un espacio aleph donde Hofmannsthal, Kafka, Julian Barnes, Ricardo Piglia o Enrique Vila-Matas reflexionan sobre el acto de escribir. Al igual que en la eternidad se concentran todos los tiempos posibles, este borgiano lugar, el jardín de estatuas sin ojos, es un punto en el espacio que contiene todos los mundos habidos y por haber, lo que hace posible el diálogo entre genios de la literatura cuyas vidas transcurrieron en distintas épocas y lugares.

Partiendo del famoso estupor del que fue presa Lord Chandos al darse de bruces contra los límites del lenguaje, Decir noche bucea en las vivencias de distintos escritores que en algún momento sufrieron “el desfallecimiento de la palabra”. Hay algo peligroso en el lenguaje, algo que puede arrastrarte irremediablemente a tus propias profundidades si te dejas llevar por él, pero no solo Montanos y Bartlebys confluyen en este jardín… Encerrados tras sus rejas, escritores entregados en cuerpo y alma a la literatura, como Flaubert o Woolf, disfrutan de una libertad infinita: escribiendo son otros, pasean por lugares donde nunca han estado o flotan en alta mar mientras caminan sobre tierra firme.

Decir noche es un homenaje a la literatura. Escritores, lectores que se adentran en un libro cuando buscan una puerta de salida y, por supuesto, mirones tienen cabida en este peculiar jardín en que uno entra y no desea volver a salir.

jueves, 14 de junio de 2012

LITERATURA VERSUS IDEOLOGÍA: VIAJE ALREDEDOR DE ALGUNAS CITAS

Publicado en

ANIKA ENTRE LIBROS

CIBERANIKA.COM


LITERATURA VERSUS IDEOLOGÍA:

Viaje alrededor de algunas citas de Gustav Flaubert, Enrique Vila-Matas y Claudio Magris

El debate en torno a las relaciones que mantiene la literatura con la ideología y el compromiso sigue abierto. No parece, pues, un asunto baladí. En nombre de ideologías y de supuestos compromisos sociales se han elaborado novelas pudibundas. También ciertas perspectivas moralistas han dado como resultado obras literariamente intragables.
La literatura carece de propósito para cambiar el mundo. Distinto es que pueda contribuir a la ampliación de miras de los individuos, a elevar su nivel de conciencia, a romper la visión unidireccional del pensamiento.


Claudio Magris habla en su libro Alfabetos. Ensayos de literatura. de la voz imparcial que dan los escritores a las más diversas cuerdas y a las más antitéticas pasiones. En la literatura existen muchas habitaciones, dice, y no se necesita elegir ideológicamente entre voces contrastantes. Prosigue:

Se puede -se debe- creer a la vez en la fe de Tólstoi y en la inercia de Oblómov; los grandísimos escritores son aquellos cuya perspectiva abarca 360 grados. A veces me pregunto de qué lado estoy, si mi historia es la contada por Guerra y paz, por la Metamorfosis de Kafka o por el Auto de fe de Canetti.

Como escribe también Enrique Vila-Matas en El viento ligero en Parma:

La condición existencial del hombre es superior a cualesquiera teorías o especulaciones sobre la vida.

Nada mejor entonces que la literatura como amplio abanico de las manifestaciones de lo universal-humano. La literatura contempla universalmente las realidades, los conflictos y posibilidades de la existencia humana. Para esta ningún tema es un impedimento o una prohibición. No hay ideología alguna que imponga desde fuera sus imperativos. La literatura es autónoma y se desmarca de todo funcionalismo político.

( A modo de digresión, añado a este texto, publicado en Anika entre libros, el enlace para acceder a uno de los artículos de Vila-Matas que vio recientemente la luz en El País y que, en cierto modo, se relaciona colateralmente con lo que se aborda aquí: Estado de ánimo. Igualmente transcribo un pasaje revelador al respecto contenido en Aire de Dylan, novela de Vila-Matas que se publicó después de escribir mi texto:

Me entretuve en el bar con un colega muy pesado (...) que no paró de hablarme de la cantidad de cosas con las que tenemos que competir los novelistas en el mundo actual, tantas - me decía desesperado ese horrible colega- que se planteaba tirar la toalla, porque hoy en día obtener la atención para una novela es mucho más difícil de lo que antes solía serlo, pues cada vez los escritores debemos convivir con más atracciones y diversiones, crisis económicas, invasiones de países árabes, rivalidades futbolísticas, amenazas para la supervivencia, hambrunas y crímenes horrorosos, podridas bodas reales, terremotos devastadores, trenes que descarrilan y no precisamente en la India...
Rearmándome de una sensatez que siempre he detestado, pero que a veces he de rescatar de lo más hondo de mi espítitu para corregir a los idiotas, le expliqué que era mosntruoso y absurdo ver como "rivales" a todas esas cosas que me había estado nombrando. ¿O es que no lo comprendía? Le cité una caricatura que había hecho de un intelectual el dibujante Daumier; en ella se veía a una dama de aspecto severo que hojeaba enfadada el periódico en la mesa de un café. "No hay más que deportes, caza y disparos. ¡Y nada de mi novela!", se quejaba.
Ahí estaba, bien evidente, el gran error: creer que un libro tenía que competir con el último asesino en serie o con el último caudillo árabe destronado. ¿O acaso escribimos para los que siguen las noticias de lo que ocurre en Wall Street, en Siria, en Libia, en Irak, en Grecia, en Japón y en la pujante China?
Los hacedores de esas noticias todas tan tremendas, decía Bellow, piensan en la conciencia como un territorio que se acaba de abrir para los colonizadores y la explotación, una especie de fiebre por la tierra de Oklahoma. Pero en realidad el escritor le habla a un lector indefinido, pero que de algún modo imagina que tiene que ser como él, alguien que no se deja ahogar del todo por los cien mil atractivos de Oklahoma y en cambio se muestra interesado por el esfuerzo grandioso que hay que hacer, a menudo un esfuerzo secreto y más escondido, para poner en orden la confundida conciencia.
Ese trabajo secreto con la conciencia, traté de explicarle al odioso colega, que miraba cada vez más hacia otro lado, se desarrolla en perímetros alejados del gran espectáculo del mundo. (...)
Ese trabajo secreto con la conciencia no se ve jamás en la televisión, no es mediático, habita en las viejas casas de la vieja literatura de siempre. )

Vila-Matas distingue entre literatura y compromiso. Concibe la voz del escritor como la voz de un pájaro solitario, expresión de alguien que no se erige en portavoz del pueblo ni es un himno o representante de una clase social o de un movimiento artístico, porque, de lo contrario, la literatura deja de ser literatura para convertirse en un simple instrumento de poder.
Un escritor se representa solo a sí mismo y su voz, como escribe Vila-Matas, es obviamente débil, pero es precisamente esa voz personal, su voz de pájaro solitario, la que resulta más auténtica. En su debilidad reside su fuerza, ya que se despliega en un espacio de libertad sin cortapisa alguna. ¿Significa ello que los escritores le dan la espalda al mundo? Vila-Matas responde que las voces de los buenos escritores no se desentienden del rumbo del mundo, pero no se comportan respecto a este como si quisieran aportarle respuestas. Señala:

Lo suyo es un asfalto mojado por la lluvia, mirar cómo pasan los trenes y sentir el viento de sus voces no serviles.


Flaubert, por su lado, escribe en una carta a Louise Colet que en literatura su creencia es no tener ninguna. Y en otra misiva le dice que no busca la vibración sino el diseño. El estilo. Invita a Colet a amar el Arte, porque de todas las mentiras es la menos engañosa. Para Flaubert no hay temas viles o hermosos. En literatura el estilo es la manera absoluta de ver las cosas. Este se encuentra bajo las palabras y en el interior de las palabras. Es tanto el alma, afirma, como la carne de una obra. En consonancia con las ideas sobre la literatura de Magris y Vila-Matas, se lee en otra carta suya a Colet:

El Arte es una representación, solo debemos pensar en representar. Es necesario que el espíritu del artista sea como el mar, lo bastante amplio para que no se vean sus límites, y lo bastante puro para que las estrellas del cielo se reflejen hasta el fondo.


Claudio Magris escribe que la literatura no es juicio moral, sino identificación con un personaje, con su modo de ser, generoso o malvado, con su fe, su pasión, su violencia o delirio. En su opinión, la literatura no juzga ni pone notas de conducta a la vida, que discurre más allá o más acá del bien y del mal. Si el arte es belleza, apunta, esta última no siempre implica la aparición del Bien y de la Verdad.
Hay que diferenciar entre ideología de los escritores y sus obras, porque, como bien expresa Claudio Magris, el compromiso no atañe a los escritores o a los artistas solo en cuanto tales, ni tampoco les incumbe a ellos más que a otras personas con otros oficios. Los deberes elementales hacia los otros conciernen por igual a todo el mundo. Concluye:

Ser leales, solidarios, sinceros, fieles, debe ser fundamento de toda existencia (...). La responsabilidad hacia el mundo concierne a todas las personas, a su relación con los demás, afecta a su vida y a su trabajo, y no importa que sea abogado, escritor o barbero.


Reducir, como pretenden algunos, la literatura a una ideología, una causa o a un deber mata la literatura.


Elisa Rodríguez Court - ArtiLiteratura © Ciberanika.com

Texto en Anika entre Libros

domingo, 10 de junio de 2012

CONTRAPORTADA DE DECIR NOCHE. REBECA GARCÍA NIETO.


ILUSTRACIÓN DE MIGUEL ÁNGEL MORENO GÓMEZ, DE LA EDITORIAL EUTELEQUIA 
http://eutelequia.com/



Decir noche traspasa las fronteras de los géneros literarios, combinando magistralmente ficción, poesía, ensayo y metaliteratura. Con una acertada mezcla de lirismo y erudición, Elisa Rodríguez Court ha creado un espacio aleph donde Hofmannsthal, Kafka, Duras o Dickinson reflexionan sobre el acto de escribir. Al igual que en la eternidad se concentran todos los tiempos posibles, este borgiano lugar, el jardín de estatuas sin ojos, es un punto en el espacio que contiene todos los mundos habidos y por haber, lo que hace posible el diálogo entre genios de la literatura cuyas vidas transcurrieron en distintas épocas y lugares.

Partiendo del famoso estupor del que fue presa Lord Chandos al darse de bruces contra los límites del lenguaje, Decir noche bucea en las vivencias de distintos escritores que en algún momento sufrieron “el desfallecimiento de la palabra”. Hay algo peligroso en el lenguaje, algo que puede arrastrarte irremediablemente a tus propias profundidades si te dejas llevar por él, pero no solo Montanos y Bartlebys confluyen en este jardín… Encerrados tras sus rejas, escritores entregados en cuerpo y alma a la literatura, como Flaubert o Woolf, disfrutan de una libertad infinita: escribiendo son otros, pasean por lugares donde nunca han estado o flotan en alta mar
mientras caminan sobre tierra firme.

Decir noche es un homenaje a la literatura. Escritores, lectores que se adentran en un libro cuando buscan una puerta de salida y, por supuesto, mirones tienen cabida en este peculiar jardín en que uno entra y no desea volver a salir.

                                     REBECA GARCÍA NIETO

viernes, 8 de junio de 2012

EL VIAJE VERTICAL, DE ENRIQUE VILA-MATAS, O NADA LE IMPORTA A LA MECHA OCUPADA EN SU AFÁN FOSFÓRICO


Sándor Márai cuenta en sus Diarios que, ya viejo y acabado, se hizo con una pistola que guardó en una gaveta para esperar el momento oportuno. Lo encontró y se mató a los 90 años de edad.
Después de la muerte de su mujer comienza una nueva etapa para él. Escribe que hay gente que siente la necesidad de llamar la atención casi en grado patológico, pero que en su caso lo patológico son las ganas de desaparecer. No leer su nombre, ni dar noticia alguna. Solo desvanecerse. Le conforta, mientras tanto, saber que tiene un revólver en el cajón de la mesita de noche y añade:


No es la desesperanza lo que me insta a pensar en ello, sino la idea de que es la única vía, la única manera de huir de una situación vergonzosa. Esa situación vergonzosa es la vida, esta ilusión grotesca.


Es viejo y considera una impertinencia vivir más de la cuenta. Dice que es como cuando los anfitriones intercambian una mirada disimulada preguntándose cuándo se marcharán los invitados.


Federico Mayol, protagonista de El viaje vertical, de Enrique Vila-Matas, no necesita un arma de fuego para terminar definitivamente con su vida. Tiene 70 años y su mujer lo ha abandonado, después de haber compartido juntos 50 años de matrimonio y 3 hijos. Se siente un fracasado en todos los ámbitos de la vida y carece de fuerzas para empezar de nuevo. Deambula por las calles como un novato que se sintiera perseguido por una frase  de Los apuntes de Malte Laurids Brigge, de Rilke:

En la vida no hay clases para principiantes; enseguida exigen de uno lo más difícil.

Decide entonces dejar atrás su pasado y dedicarse a viajar. De Barcelona a Oporto y de Oporto a Lisboa. Más tarde vuela a Madeira y termina, finalmente, hundiéndose en la desaparecida Atlántida, en el fondo del mar. 
No acaba de golpe con su vida. No se pega un tiro. Se convierte en un viajero lento que, de modo progresivo, va cambiando interiormente. Emprende un viaje vertical y en su proceso de descenso se van mostrando los ingredientes variopintos de su identidad. Como escribe Vila-Matas en "El discurso de Caracas", contenido en su libro El viento ligero en Parma:


La identidad -puede comprobarse en El viaje vertical- es algo movible. En la unidad de la persona confluyen elementos varios, contradictorios, provisionales, fluctuantes.


En Oporto parece seguir moviéndose entre el miedo y la esperanza, pero  en la medida en que avanza hacia el sur, su descenso se torna en viaje sin retorno. Poco a poco se va cumpliendo ese pensamiento que tuvo en el momento de partida de Oporto: convertirse en el protagonista de una simple sucesión de despedidas. Concebir la vida -aunque esta hubiera ya entrado en su última etapa, o precisamente a causa de esto, tal y como escribe Vila-Matas en el libro- como una serie de rupturas esenciales con todo. Es un proceso de desasimiento irreversible.
Mayol comienza su descenso en la estancia de la desesperación y la tristeza y termina abrazando felizmente su desaparición en la nada. Antes de acabar con todo ha pensado en su vida de viajero sin rumbo, exclamando:


Qué acierto más grande (...) decir que el tiempo pasa con lentitud y facilidad. Es exactamente lo que me está sucediendo desde que salí de viaje.

Al comienzo de su viaje le sobreviene una terrible sensación de extrañeza. La realidad parece alejarse y se siente distante de las cosas en general. Está absolutamente solo, se aburre y percibe el paso lento del tiempo como una carga. Por qué ha de variar el tiempo, dependiendo de las circunstancias, es una pregunta que deja de lado, al contrario que el viejo moribundo del libro Los infinitos de John Banville, quien en un monólogo sobre las diferentes percepciones del tiempo, termina preguntándose:

¿Por qué el tiempo de un dolor de muelas es tan diferente del tiempo que pasa comiendo una golosina, uno de los muchos dulces que con el tiempo van a causarle otra caries? 

Mayol descubre en su viaje vertical que la vejez no solo quita, sino también da. Es el momento en que asume plenamente que la vejez es, en verso de Antonio Gamoneda, "claridad sin descanso." La única salida es hundirse felizmente en su propio abismo, de acuerdo a la idea contenida en un fragmento del poema El descenso, de William Carlos Williams, incluido en este libro de Vila-Matas:


El desenso seduce
como sedujo el ascenso.
Nunca la derrota es solo derrota, pues
el mundo que abre es siempre un paraje
antes
insospechado.


Mayol emprende el descenso sin retorno antes de que lo reconozca como tal. Al principio parece querer distraerse de su destino, como suele hacer la mayoría de las personas que no encaran la inevitabilidad de la muerte. En torno a este autoengaño escribe Thomas Bernhard en :


Y hacia dónde avanzamos, si somos sinceros, nos es conocido, hacia la muerte, pero la mayor parte del tiempo nos guardamos de confesarlo. Y por esa conciencia de no hacer otra cosa que ir hacia la muerte y porque sabemos lo que eso significa, intentamos disponer de todos los medios posibles para apartarnos de ese conocimiento y así no vemos en este mundo, si miramos bien, más que personas ocupadas continua y perpetuamente en ese apartamiento


Mayol ya no recorre el mundo para mirarlo, sino para sentir el estímulo de distanciarse de él hasta desaparecer. ¿No quiere el destino hundirle como ser humano?, se pregunta en el libro. Vila-Matas escribe a modo de respuesta con su habitual ironía:

Pues muy bien, de acuerdo, se hundiría y santas pascuas, no iba a hacer un problema de eso. Si el destino creía que iba a quedarse él muy afectado por algo así, andaba muy equivocado. Nada colmaba tanto sus aspiraciones en la vida como sentir que se hundía. Había algo en el fondo muy atractivo en jugar una partida sonriente y mortal con las fuerzas del abismo.

Mayol deja de temer y de esperar. Desciende verticalmente cada vez más hondo con la finalidad de

hundirse en todos los sentidos, y con todos los sentidos


Abandona toda estancia y desaparece para siempre, dejando incluso en manos del narrador el final de la novela, cuyas últimas palabras dicen así:

 (...) Iniciaba su último descenso y, en una inmersión muy vertical, se hundía en su propio vértigo y llegaba al país donde las cosas no tienen nombre y donde no hay dioses, no hay hombres, no hay mundo, sólo el abismo del fondo.
-Al fin- murmuró Mayol.


Mayol se hunde en su propio vértigo como arde dentro la lámpara a la que dedicó Emily Dickinson un poema, cuyos primeros versos parecen hablarle a los ojos del protagonista de El viaje vertical:


Arde dentro la lámpara, segura.
Aunque los siervos traigan el aceite,
ello nada le importa a la mecha ocupada
en ese afán fosfórico.

domingo, 3 de junio de 2012

DECIR NOCHE, EDITORIAL EUTELEQUIA

INFORMACIÓN DE LA EDITORIAL EUTELEQUIA:


«¿Cómo decir noche?, piensa estremecido.Se siente como si estuviera encerrado en un jardín lleno de estatuas sin ojos.»



El escritor Lord Chandos -narrador y protagonista de la Carta de Lord Chandos, de Hugo von Hofmannsthal- ha perdido la confianza en las posibilidades de la lengua y renuncia a la creación literaria. Para él las palabras vuelven la realidad más oscura. Añaden noche a la indescifrable vida.



¿Cómo decir noche?, piensa estremecido. Huérfano entre las palabras, se siente como si estuviera encerrado en un jardín lleno de estatuas sin ojos. Desea huir al espacio abierto, lejos de las rejas del lenguaje que lo aprisionan.


(Decir noche, de Elisa Rodríguez Court, p. 13)


Los protagonistas de Decir noche son Lord Chandos y la poeta Emily Dickinson. En este libro se desentraña progresivamente la Carta del Lord y sus motivos para el abandono de la escritura. En un viaje narrativo, que parte del silencio de Lord Chandos, bajo la mirada poética de Emily Dickinson, se inmiscuyen otras voces de una amplia gama de escritores y poetas. Reconociendo la ilegibilidad del mundo, ellos, sin embargo, no abandonan la creación literaria y aportan su modo particular de decir noche. Su presencia se vuelve, además, un motivo narrativo para abordar aspectos claves de la literatura.


Incapaz de nombrar el Lord la esencia singular de las cosas, su mirada vaga pasivamente sobre los objetos más simples e ignorados. Se fascina dolorosamente con sus voces mudas, renunciando a la creación literaria. No es el caso de Flaubert, quien escribe y corrige una y otra vez.


(Decir noche, de Elisa Rodríguez Court, p. 98)


La narradora, Beatriz, ha ideado un jardín de estatuas sin ojos con diferentes perspectivas temporales desde las que se alzan las voces de los escritores. Queda ahí encerrado Lord Chandos. Emily Dickinson escribe cartas y poemas en su cuarto con vistas al jardín de estatuas sin ojos, separándose del escritorio solo para acodarse en la ventana y espiar al Lord.

Decir noche: el 11 de junio de 2012 en las librerías.

viernes, 1 de junio de 2012

DETRÁS DE LA COLINA ESTÁ LO MÁGICO, TODO LO NUNCA VISTO




El narrador y protagonista de Los apuntes de Malte Laurids Brigge, de Rainer Maria Rilke, tiene 28 años. Confiesa que se considera demasiado joven para haber podido escribir una buena obra. Ha escrito un estudio sobre Carpaccio, un drama e incluso versos. Pero, tal y como expresa,

¡Los versos significan tan poco cuando se han escrito joven! Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias.

Para ser escritor hay que escribir y escribir bien solo se consigue con experiencia. Esta es un requisito imprescindible y, no obstante, insuficiente para la creación literaria. De ahí que Enrique Vila-Matas distinga no solo entre escribir bien y escribir mal. Dice que se puede escribir correctamente y no alcanzar la obra de arte.
Entre los rasgos esenciales que deben estar en toda novela futura que se precie de pertenecer al nuevo siglo, señala en Perder teorías cinco irrenunciables: 

La "intertextualidad" (escrita así entrecomillada).
Las conexiones con la alta poesía.
La escritura vista como un reloj que avanza.
La victoria del estilo sobre la trama.
La conciencia de un paisaje moral ruinoso.

Son cinco rasgos que, para contemplarlos en la escritura, requieren experiencia, aunque esta sola no baste. 
Sin experiencia difícilmente se alcanza ese trabajo secreto con la conciencia, del cual habla Vila-Matas en Aire de Dylan, "que se desarrolla en perímeros alejados del gran espectáculo del mundo" y que "habita en las viejas casas de la literatura de siempre".

Laurids Brigge piensa que a su edad carece de vivencias y recuerdos. No se siente a la altura de poder falsificarlos, inventarlos o robarlos. Le falta madurez para ausentarse del mundo y entregarse al trabajo secreto con la conciencia.

También el narrador y protagonista de En otro País, novela corta de Ricardo Piglia, es muy joven al comienzo del libro. Tiene 16 años. Por cuestiones políticas que afectan a su padre se ve la familia obligada a emigrar de Buenos Aires a Mar de Plata. Él combate el vacío y el abatimiento escribiendo un Diario. Por fin le sucede un acontecimiento extraordinario. Conoce a Steve Ratliff, un hombre mucho mayor que él, de casi cuarenta años. Es un escritor excepcional, culto y refinado del cual lo aprenderá todo: los poetas, los escritores y, en general, la literatura y la escritura. Una vez que ha muerto Steve y se ve capaz de escribir, habla sobre sí mismo como si fuera aquel el que se expresara.
Habla con la madurez de Steve, contando la historia de este y entreverándola con la suya. No quiere narrar otra cosa que la experiencia única de sentir narrar a su amigo y maestro.
En esta novela el protagonista trata de hablar por el otro que ya no está. Reproduce su tono y su modo de narrar. Cuenta lo que no se conoce de su historia integrándolo en la suya propia. Antes ha reconocido que se necesita edad para alcanzar la creación literaria:

Narrar es fácil, dice Steve, si uno ha vivido lo suficiente para captar el orden de la experiencia. No se puede ser un gran novelista antes de los cuarenta años.

La experiencia no solo es una condición indispensable para los escritores, sino también para los lectores. Vila-Matas deja constancia de su apuesta por una literatura que comprometa tanto a editores y escritores de talento como a lectores activos. La escritura exige experiencia, pero también los lectores han de derramar la suya a lo largo del proceso de lectura. Como escribe en Dublinesca:

El viaje de la lectura pasa muchas veces por terrenos difíciles que exigen capacidad de emoción inteligente, deseos de comprender al otro y de acercarse a un lenguaje distinto al de nuestras tiranías cotidianas.

En versos de Emily Dickinson, que hablan de una colina que se tiene por simple panorama, ser capaz de:

Venir de un mundo que ya es conocido
a uno que es todavía incertidumbre.
(...)
Detrás de la colina está lo mágico,
todo lo nunca visto.

Lo nunca visto y por conocer, pienso, que no se alcanza a descubrir al pie de la montaña. Hay que estar preparado para emprender la subida hasta la cima de la colina. Hacerlo entonces, quizá, al modo en que Sísifo empujó su roca hasta arriba, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso una y otra vez.